Muy a menudo me encuentro explicando a clientes o compañeros de equipo la diferencia entre un diseñador UX y un diseñador gráfico o web.
La diferencia principal es que el diseñador UX no solo diseña lo que se ve, sino cómo se usa. Su trabajo se centra en la experiencia de las personas al interactuar con un producto o servicio.
Mientras que un diseñador gráfico puede enfocarse en el atractivo visual, el diseñador UX debe considerar cómo resolver problemas reales, facilitar tareas y cumplir objetivos de negocio de forma agradable.
Es una forma de diseñar que pone a las personas en el centro y que busca crear soluciones que perduren en el tiempo, porque funcionan bien, no solo porque se ven bien.
Si lo resumimos, el diseño UX es una forma más consciente y responsable de diseñar, orientada a construir experiencias valiosas y sostenibles.
Para entrar en detalle sobre las tareas, tenemos que entender cómo se consigue una buena experiencia de usuario.
Se logra siguiendo un conjunto de buenas prácticas dentro de un proceso iterativo, en bucle.
Este conjunto de tareas convierte al diseñador UX en un perfil muy versátil, capaz de colaborar con consultores UX, analistas de datos, psicólogos, especialistas SEO o product owners.
La primera fase de todo proceso UX es la consultoría. Antes de diseñar cualquier cosa, es necesario entender a fondo el producto, los objetivos del negocio, el sector en el que se compite y las necesidades de los usuarios.
Esto implica entrevistar al cliente, analizar el mercado y estudiar la competencia. También se requiere identificar oportunidades y conocer bien al público objetivo a través de entrevistas o investigación directa.
Una vez reunida esta información, es posible alinear los objetivos del negocio con las necesidades del usuario. Por ejemplo, si YouTube busca monetizar visitas mediante publicidad, pero el usuario quiere ver vídeos fluidamente, una solución UX equilibrada podría ser permitir saltar anuncios tras unos segundos, o eliminarlos mediante suscripción premium.
Con los objetivos y problemas bien definidos, comienza la fase de ideación. Aquí se trabaja en la arquitectura de la información y el contenido: se crean Sitemaps, se trazan Customer Journeys y se diseñan wireframes o bocetos funcionales.
Estas herramientas permiten estructurar el contenido y las interacciones antes de diseñar la interfaz visual. Es una fase crucial para asegurar que las decisiones se basan en lógica y no en suposiciones.
Una vez validadas las ideas, se pasa al diseño visual. Esta es la parte más visible del proceso: se definen los estilos, colores, tipografías e identidad gráfica.
Sin embargo, el diseñador UX sigue enfocado en cómo se siente y se usa el producto, no solo en su apariencia. Por eso, se crean prototipos interactivos que simulan el funcionamiento real sin necesidad de código.
Estos prototipos permiten testear con usuarios reales, compartir demos y optimizar el producto antes del desarrollo final. También ahorran tiempo y presupuesto en fases posteriores.
La fase final —y una de las más importantes— consiste en medir, validar y optimizar la experiencia de forma continua.
Utilizando herramientas como Google Analytics, mapas de calor o test de usuarios, se recopila información sobre cómo las personas usan el producto y qué se puede mejorar.
Esta etapa garantiza que el diseño evolucione con el tiempo y se mantenga útil, accesible y satisfactorio para el usuario final.